SAN PANCRACIO, MÁRTIR DE NUESTRA FE
Pancracio nació el año 290 en Asia Menor, al norte de la tierra de Jesús. Sus padres se llamaban Celedonio y Cirica. Eran nobles y paganos. Él es su único hijo, en el cual volcaron todo su cariño.
La felicidad familiar acompañó muy poco tiempo a Pancracio: La muerte de ambos padres le sorprendió aún siendo niño. Pancracio quedó bajo la tutela de su tío Dionisio, que le adoptó como hijo.
En Roma él poseía un rico patrimonio. Para encargarse de él y para que Pancracio recibiera la educación en la ciudad central del imperio se trasladaron al Roma.
En el Imperio había entonces una cruel persecución contra los cristianos. Quiso Dios que en una casa vecina estuviera oculto el Papa Cayo. De él se hablaba mucho y no tardó en llegarles noticias de su ilustre vecino. Su conducta santa les hizo pensar. Pasaron sucesivamente por sentimientos de curiosidad, de admiración, de deseos de verle… Concertaron una entrevista y abrieron su alma a la fe. Después de treinta días de instrucción, ambos fueron bautizados por el Papa.
Dionisio moría días más tarde. Pancracio lloró su muerte. Quedaba solo, pero se confortaba con la idea de que la separación sería breve. Y así fue. La persecución iba en aumento y Pancracio se había bautizado para ser testigo de una fe, de la persona de Jesucristo, el perseguido por aquella sociedad pagana. Su fe era pública, y un día fue encarcelado.
Dada su condición de noble le llevaron ante el emperador, que queda cautivado por su simpatía y por la firmeza en su fe a pesar de sus catorce años, y quiere evitar la muerte del joven. Promesas y amenazas se sucedieron. El emperador Diocleciano había sido amigo de su padre, y quiso atraerle con cariño, prometiendo cuanto quisiera si renunciaba a la fe cristiana. Nada fue capaz de convencer a Pancracio, ni de hacerle callar, por lo que irritado Diocleciano, dio orden de que fuese degollado aquella misma noche. Era el 12 de mayo del año 304.
Su muerte ha sido relatada así: «Cuando era llevado por los empleados del emperador, llegó al lugar donde se iba a consumar dignamente su martirio. Allí Pancracio extendió sus manos al cielo y dijo»: Te doy gracias, Señor Jesucristo, que te has dignado en esta hora, que siempre he deseado, unir a tu siervo con tus santos…Y habiendo dicho esto, le fue cortada la cabeza».
Durante la oscuridad de la noche una santa mujer llamada Octávila envolvió en un lienzo el cuerpo del mártir y lo enterró. El culto del santo mártir se inició inmediatamente en torno a su sepulcro.
Se le presenta como un joven, vestido con la túnica romana o traje militar, la mano derecha con el dedo índice señalando hacia el cielo. La mano izquierda sostiene la palma de martirio y un libro abierto, donde puede leerse: “Venite ad me et ego dabo vobis omnia bona” (“Vengan a mí y les daré toda clase de bienes”).
Sobre todo en este templo la calle Inca el pueblo sencillo y devoto le viene pidiendo dos de los bienes que más estima: la salud y el trabajo. Lo visitan todos los días doce.